8/5/20

Rio ason mes de junio

Qué difícil resulta dar nombres a las cosas, qué difícil es poder llegar a transmitir tonalidades, sensaciones, aromas… ¡Qué Complicado puede resultar narrar una jornada de pesca!,  jornadas  que ante la escasez de capturas se suelen calificar equivocadamente de  infructuosas.
Cómo puedo apaciguar mis remordimientos sabiendo que cada minuto de pesca es un minuto menos de  estar en compañía de mi familia, cómo expresar de una forma convincente que el  contacto con  los ríos me nutre de esa vitalidad necesaria para  convivir día a día  con la vorágine social que me rodea.

El Ason, en un mes de Junio,


Estacioné el coche en la parte superior del coto de peñaquebrada, debajo del puente de la carretera  N 629 en la localidad de Gibaja, las primeras luces del día me mostraban un paisaje húmedo que resaltaba y acentuaba el verde intenso de la cornisa cantábrica. Al salir del vehículo inspiré una bocanada de aire como si de una cata de vino  se tratará, el aroma a tierra mojada,  perfume de flores y plantas  mezclado con los restos de ese  característico olor a ozono que  había dejado la tormenta  surgida en el ocaso del día anterior inundo mis pulmones, produciéndome una sensación de frío reparador, fue  una bocanada dolorosa pero imprescindible, fue como la bocanada de aire que le devuelve  la vida al náufrago y me embriagó de tal manera que me  introdujo dentro, muy dentro de la naturaleza.
 

La tormenta había incrementado el caudal del río,  pese a ello  no había conseguido difuminar sus aguas  brillantes y cristalinas.  Los primeros 150 metros de río que pretendía pescar estaban formados por corrientes  y contracorrientes salpicadas de rocas calizas que emergían de las aguas produciendo infinidad de posturas y recovecos.

Me desplacé unos 50 metros por la orilla  hasta sobrepasar el límite superior del coto, realice un barrido visual intentando percibir  movimientos que delataran alguna posible captura. Ante la ausencia de actividad, mis ojos se esforzaban en buscar la presencia de insectos, primero en los alisos y robles que me rodeaban y posteriormente en la superficie del agua.

Ante la aparente inexistencia de truchas e insectos poco a poco y a golpe de pincel se dibujaba en mi mente un cuadro en el que se representaba un paisaje incompleto, como incompletas y truncadas quedan al final todas las vidas. 
De regreso al coche como tantas veces y en tantos escenarios diferentes  empecé a analizar toda la información que momentos antes había obtenido, el objetivo era  decidir la estrategia más apropiada para afrontar con alguna posibilidad de éxito la jornada de pesca. En ese momento me di cuenta  que algo no funcionaba, sentía como la humedad reinante me impregnaba los huesos, el olfato intentaba captar todos los aromas de  flores y plantas y la vista no se centraba en la senda del camino, solo conseguía percibir decenas de tonalidades diferentes que me confundían,  mi cerebro no podía procesar  la cantidad de información que mis sentidos le transmitía, y todo se hacía cada vez más lento y  más espeso. 

Según me iba acercando al coche notaba como mi cabeza comenzaba poco a poco a restablecer cierto equilibrio emocional, el suficiente para abrir el portón del maletero y comenzar con el ritual. Muy despacio me coloque el wader, me puse las botas y me acople el chaleco, las gafas y la gorra. Saqué la caña de la funda y  fui ajustando tramo tras tramo, me cercioraba una y otra vez  que la alineación de las anillas fuera exacta, la operación era extremadamente minuciosa como si de ello dependiera el éxito o el fracaso, monté el carrete y  me quedaba fascinado por el sonido que producía la línea al deslizarse por las anillas, fascinado y atónito como el niño que escucha por primera vez un sonajero. En apenas unos minutos que parecieron horas me encontraba confeccionando un bajo de 6.30m  acabado en un tip del 0.10.  A pesar del letargo de mi cerebro era lo suficientemente consciente para saber que  la elección de pescar a seca y con ese tipo de bajo no era la más idónea en aquella situación,  la cantidad de rocas que afloraban por encima del agua, la fuerza y bravura de las truchas del Asón  y el volumen de agua no facilitaban para nada las  capturas.

  De vuelta al río, el susurro producido por las hierbas al rozar con el wader  acentuaba esa sensación de embriaguez que apenas podía controlar, los contrastes cromáticos  me saturaban, y las primeras luces de la mañana hacían brillar como perlas las gotas de rocío que se habían empeñado en adherirse en las perneras de mi vadeador. 

Una vez en la orilla cuando mi mirada se dirigió a  la caja de moscas que reposaba en mis manos aparecieron las dudas,  la ausencia de insectos, la inactividad de los peces y el caudal del río, me inducían a escoger entre una mosca a tractora o un pardon de Campurriano, pero mientras mi cabeza dirimía  cual de estos dos tipos de mosca era la más adecuada, mis manos ataban al terminal una efémera montada en un 18, la mosca de siempre, la que me enseño a pescar en el Ason, la mosca que sujeta en un torno conseguía devolverme al río en las tardes grises de invierno. 

Los primeros lances intentaban conseguir realizar presentaciones de punta con el objetivo de eludir los dragados. Buscaba las posturas y refugios de las truchas, pero no conseguía enfocar con nitidez lo que me rodeaba. Después de aproximadamente una decena de lances fallidos me deje llevar, y poco a poco fueron surgiendo imágenes contradictorias, de repente no veía nada y lo veía todo, no veía la senda de pescadores en la orilla del río, ni el puente que se encontraba unos metros más abajo, pero percibía con total claridad  el movimiento del antebrazo seguido por el  codo y el ligero impulso final de la muñeca, veía como los dedos se  aferraban a la empuñadura de la caña en el último impuso, y como se estiraba el bajo. Apreciaba con total claridad las hojas dentadas de  los robles que se encontraban detrás de mí  y las hojas  ovaladas de los alisos que se encontraban enfrente. No sentía nada a la vez que sentía todo, no sentía la fuerza de la corriente sobre mi cintura y  sentía como se desplazaba la caña, como se deslizaba la línea y como la brisa producida por la corriente acariciaba mi rostro. Me sentía flotando sobre la superficie del agua y de un modo inconsciente iba pescando cada postura, cada remolino y cada corriente.

No sabía cuánto tiempo podía llevar pescando, me encontraba desnudo de recuerdos y no existía un antes y un después. En esos momentos me desbordaba una sensación de calma interior que podría convertirse en el significado de la palabra libertad. 

En uno de los innumerables lances percibí como desaparecía la mosca bajo el agua, desinteresadamente clavé sin que se me acelerara el pulso, apenas un  segundo después un pez de tamaño considerable saltaba fuera del agua  arrastrando la línea tras de sí, de repente volví a sentir la presión de la corriente, el peso de la caña y el dolor en la cadera, fue como el despertar de un sueño profundo y reparador. Mi cerebro que estaba aletargado empezó automáticamente a analizar la situación en que me encontraba. Lo primero que hice fue levantar la caña a la vez que intentaba recortar lo más rápido posible la distancia de trece metros aproximados que me distaban del pez, por experiencia sabía que la postura donde se encontraba no era su refugio natural, y sospechaba que cuando empezará a sentir mayor presión del nylon se desplazaría horizontalmente hasta la orilla de frente, allí debajo de una lastra de grandes dimensiones se protegían los  ejemplares de mayor tamaño, según me acercaba e iba tensando la línea, el pez  cabeceaba de forma reiterada con el objetivo de  deshacerse de la mosca. Al notar mi presencia volvió a saltar y empezó a descolgarse río abajo, sus continuos movimientos eléctricos y  cambios de dirección me indicaban que lo que tenía al otro lado tirando de manera tan impetuosa era un reo, con la caña levantada pretendía mantener la mayor cantidad de hilo fuera del agua por temor a que éste se rozará y se partiera con alguna de las innumerables rocas existentes. Mientras intentaba seguir su estela tropecé,  perdí  el equilibrio y me caí,  instintivamente  solté eficiente toda la línea que pude para no ejercer presión en la caída,  me incorporé de un salto y observé que el nylon reposaba en un remanso detrás de una roca, en  esos momentos temí  que el pez hubiera conseguido soltarse y la mosca en deriva muerta se hubiera enganchado a cualquier piedra o quima  del lecho del río, me fui acercando a la vez que recogía línea sin apenas ejercer presión y cuando estaba aproximadamente a ocho metros  noté que el reo todavía se encontraba trabado a la mosca, al percibir de nuevo mi  presencia saltó por tercera vez fuera del agua y gracias a ese movimiento el bajo se desenredo y el reo inició de nuevo el descenso. Esa última circunstancia me confundió, cuántas veces los saltos de estos peces habían propiciado su libertad y en esa ocasión me estaban permitiendo tener otra oportunidad. 

Gracias a la insistencia de mi cuñado por hacerme pescador de salmón, tenía memorizada la mayoría de las posturas salmoneras del Ason, sabía que  si conseguía librar los próximos veinte metros de corrientes, entraría en el coto de Peña Quebrada, allí la orografía del río cambiaba y las aguas más profundas y someras me iban a facilitar su captura.  Durante un pequeño descanso del reo conseguí situarme por debajo de él en posición oblicua,  y cuando   volvió a reiniciar el descenso aproveché la fuerza de la corriente del agua para dirigirlo e introducirlo en el pozo salmonero.  Tras varios minutos más de pelea, logré extenuar sus fuerzas y al segundo intento lo encesté en la sacadera.

Una explosión de adrenalina recorrió mi cuerpo y un flujo de vanidad salió a flote, rápidamente mi mirada se dirigió al puente en busca de la mirada de algún pescador que hubiera contemplado el desarrollo de los acontecimientos, esa mirada llena de admiración o de envidia  era lo único que  podría colmar mi ego, pero ni en el puente ni en el sendero encontré respuesta.

Desanzuelé al reo y lo reanime hasta que  pudo recuperarse de la fortísima pelea, tras su liberación di por concluida la jornada de pesca.

Una vez en el coche y antes de iniciar el camino de regreso a casa me despedí del río con nostagaia y pena, porque el aire ya no olía a ozono, la brisa del agua era un   molesto viento y las tonalidades colores opacos, como opacos era mis pensamientos. 

Dar las gracias al señor cavernas por estas letras

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